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Contigo es sin ti...


¡no me grites! Le pedí a “gritos”, que tonto no? Es increíble como podemos percibir el menor incremento de volumen en la voz de los demás y no podemos darnos cuenta cuando nosotros mismos lo hacemos.

-Sabes una cosa, no soporto tus estupidos reclamos- -le reproche en voz alta frente a toda la multitud de gente en un típico Sábado en el centro de la ciudad.

El quedò avergonzado ante tantas miradas de la gente, me di la media vuelta y camine hacia el lado opuesto, el se quedó ahí... viendo como mi enojo y su inmadurez nos separaba, (Posiblemente solo se dio cuenta de mi enojo...)

El fuerte aguacero apago todos los sonidos de la abrumadora metrópoli, y allí estaba ella, otra vez, frustrada y enojada caminando sin dirección bajo la lluvia como un niño sin hogar, las gotas del cielo hacían menos notorias sus lagrimas de rabia y soledad.

Ella había planeado este día desde hacia una semana, un desayuno rico, platica romántica y tratar de arreglar esa relación que tiene meses al borde del precipicio, pero gracias a la siempre mala comunicación ella no consiguió nada... bueno, posiblemente solo un resfriado.

Llegando a casa un mar de soledad y culpa la invadió. Odiaba sentirse así, tratando de hacerse fuerte y darse a valer, y después sentir como si hubiese hecho algo terriblemente mal.

Entre lagrimas llego el sueño, su cansancio y el arrullo de la soledad la abrazaron y calló rendida a los brazos de Morfeo.

Posiblemente padece el mal que aqueja en silencio a millones de mujeres en el mundo... falta de amor propio!


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