top of page

Cuentos que ojala fueran cuentos....


Hace muchos años, en el “Maguey” un pueblo de México vivían José, un apuesto y noble muchacho que contrajo matrimonio con Martina ,la hija más valiente de Don Jubileo.

Ella a sus escasos 15 años, el llegando a los 18, ya como matrimonio Vivian en una casita de piedra en otro pueblo cercano, ambos trabajadores del campo, lucharon hombro a hombro para progresar en la vida. Comenzaron a procrear hijos hacia apenas unos meses juntos, y así llegaron los 8 querubines , cuatro mujeres, y cuatro varones.

La casita de piedra dejo de existir para dar lugar a una hermosa y amplia casa, donde corrían y jugaban todos los pequeños, los más grandes cuidando a los menores, y Martina y José, trabajando duro con el objetivo que no les faltara un pan diario a sus hijos. Como padres, de acuerdo a las costumbres y principios de aquel tiempo fueron ejemplares. Sin embargo no perfectos, claro está, nada es perfecto en esta vida, demostrar el cariño con un beso, un abrazo, o una caricia en tiempos pasados no era visto muy a menudo.

Transcurrió el tiempo, Martina y José seguían en su diaria lucha por sacar a sus hijos adelante, trabajaban duro en el campo, montaron el primer negocio del pueblo, donde en aquellos tiempos el trueque era el medio de pago más común, por lo cual comenzaron a ser reconocidos y respetados en el pueblo por ser personas de bien y trabajadoras.

Los hijos a medida que iban creciendo ayudaban a sus padres después de la escuela. Tomas y Georgina, los hijos mayores, llegando a los 19 años dejaron la casa de sus padres para vivir ahora con sus parejas y formar su propia familia.

Pronto los otros retoños de Martina y José llegaron a la edad adulta, cada uno fue tomando su camino, algunos ya casados y otros buscaron nuevos horizontes lejanos donde progresar.

Pasaron los años, José se hacía más débil, el arduo trabajo del campo comenzaba a cobrarle la factura, pero seguía atendiendo su negocio, Martina siempre fuerte y valiente seguía como siempre, al frente de la familia, cuidando a José y atendiendo el trabajo, que a pesar de los achaques de la vejez jamás dejaron de lado.

Los hijos se reunían una vez al año, cuando sus empleos y su familia les permitían darse tiempo de irlos a visitar. Un día inesperado José enfermo de gravedad, Martina llamo a todos los hijos para que acudieran a ver a su padre enfermo, sin embargo, pocos asistieron. Para algunos las circunstancias no eran favorables y no podían abandonar su empleo ni a su familia.

Martina se hizo cargo de la enfermedad y el cuidado de José, pero al poco tiempo falleció. Y ese día tampoco acudieron todos sus hijos, por la misma razón, no eran tiempos favorables para ellos.

La casa se iba sintiendo mas vacía, los nietos, también fueron creciendo, Martina, se fue envejeciendo cada dia mas, a pesar de lo fuerte y valiente, se fue haciendo tímida, ermitaña, callada, y triste.

Pasado el tiempo los hijos de Martina comenzaron a sufrir el abandono de los propios, a menudo le llamaban quejándose del comportamiento y rechazo de sus hijos, Martina sin embargo, los escuchaba, les daba palabras de aliento, y los hacía sentir tan importantes como siempre son los hijos para una madre, hagan lo que hagan.

Las llamadas telefónicas comenzaron a ser el regalo del dia de las madres, pero ella, con ese simple detalle se sentía tan afortunada y querida por sus hijos, aunque fuera una simple llamada.

Martina envejeció y envejeció, hasta que llego el momento que necesitaba quien la cuidara, sus hijos, con todos sus deberes no tenían tiempo ni lugar donde resguardarla.

8 hijos con el corazón de oro, si, de oro, ese metal tan costoso difícil de penetrar.

Los hijos comenzaron cada uno a hacerse cargo de algún pago de la casa, de las propiedades, de los imprevistos. Y comenzó una disputa por los bienes materiales. Muchos de ellos dejaron de frecuentarse a tal punto que dejaron de dirigirse la palabra, otros por su cuenta emitieron demandas legales en disputa por las propiedades, otros, se olvidaron de todo y simplemente se desvanecieron del mapa, nadie sabe su paradero, pero ninguno estuvo con su madre al pendiente de su enfermedad.

Llego el día que Martina partió al lado de jose, todos los hijos llegaron al sepelio, todos lloraron, quizá hipócritamente, o quizá arrepentidos, pero lloraron.

Las múltiples propiedades pasaron a ser terrenos baldíos, donde actualmente la gente del pueblo evita pisarlos porque dicen “atrae a la mala suerte”

Martina y José ahora felices en el cielo, disfrutan de la paz y el descanso, desde el cielo ven a sus 8 hijos, sufriendo de la vida, apurados por gastar dinero, y todos los días estresados por ganarlo.

Ojala estos solo fueran cuentos, desafortunadamente es una realidad de muchas familias.

Gracias por leerme!

Mariah Guerrero


bottom of page